Ella camino sin rumbo por la pequeña acera del pueblo en paralelo a la calzada, por la que pasa la ruta de automóviles. Iba descalza bordeando las casas, que en esas horas, la gente te encontraba ya en su interior; tal vez cenando o próximo a descansar. En definitiva no había nadie del pueblo que la viese pasar.
Un coche surcaba la carretera con sus luces encendida y cambiando estas de posición al acercarse a las zonas pobladas. Así con la prudencia de una conductora mujer bajaba su velocidad en las zonas urbanas. Cuando sus faros iluminaron a una peatón de blanco que cual fantasma descalzo llamo su atención. Y se alarmo porqué era extraño por lo poco vestida que estaba.
La rebasó unos doscientos metros y piso el freno. Puso la luz intermitente y se cercioró que no viniese otro coche para retroceder y ponerse a la par de la mujer descalza. Le preguntó:
—Hola. Disculpa, me preguntaba por si necesitas ayuda.
Está se acercó a la ventanilla y la conductora se percató que era una mujer de extraordinarios rasgos bellos con un cuerpo sensual apenas cubierto con la camiseta que dejaba ver sus atributos. Está le contestó:
—Si necesito ayuda. Que alguien me invité a pasear y que me acompañe un rato.
Ante la seductora sonrisa, la conductora, quedó sin fuerza de voluntad y le dijo:
— Púes tengo un tiempo para hacerlo. Te invitó. Sube conmigo al coche.
Ella dio la vuelta y entró al coche al lado de la conductora.
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