Él sin darse cuenta cambio de apariencia trasformándose en Jiang Shi y comenzó a reír burlándose. Con voz socarrona dijo:
—Perdiste Maestro Song. Ahora tengo todo tu poder y soy bella por la eternidad. Jajarajaja.
 En los días posteriores, el maestro Song se dio cuenta del engaño y que la bella Shi habitaba en su interior. Entonces meditó como hacerle frente y invocó al Tao para conseguir un conjuro eficaz contra la bruja Jiang Shi y el mismo compuso la caligrafía de palabras secretas que se usa para combatirla.
 Estás palabras las envió a otros Maestros Taoistas que vinieron a ayudarle, pero ya era tarde. La bruja Shi al terminar los siete días que dura una fase lunar de luna, se apoderó totalmente de su cuerpo y huyó. Durante veinte siglos la bruja fue viajando por toda China, asesinando y creando sus hijos. Estos no son eternos, solo sobreviven si saben esconderse de la luz del sol o de los sacerdotes Taoistas que los destruimos. Pero la bruja Jiang Shi siempre logró escapar. Si no se puede conservar el cuerpo en el que habita, escapa arañando o en algunos de sus hijos, donde está su ponzoña. Por eso ella muy peligrosa y escurridiza.
El exorcista le preguntó:
—¿Quiere decir que si a Don Silvio no lo encontramos en próximos cuatro días se transformará definitivamente en la bruja Jiang Shi?
El monje Lo hizo un gesto afirmativo.
El exorcista dijo entonces:
—Entonces preparémonos para enfrentarnos con la bruja y sus hijos diabólicos.
El exorcista trajo su maletín que estaba en la casa y comenzó a rezar mientras extraía un crucifijo, agua bendita y una estola. En La misma mesa ,el monje Lo, prendió incienso y con un pincel daba trazos en el papel creando los conjuros contra la bruja Jiang Shi.
Ambos sacerdotes, un Católico y un Taoista rezaban preparando sus armas contra el mal, bendiciendo sus elementos.
El comisario a un costado revisaba su pistola de fuego y les preguntó:
—¿No pueden hacer un conjuro a mi pistola? ...No sé. Bendecir las balas por ejemplo.
El monje Taoista le dijo:
—No poder. Armas son elemento Ying y no poder ser Santo. Armas matar.
 El comisario respondió:
—Joder, en pleno siglo XXI no tenemos algo más moderno para enfrentarnos a una bruja.
Desde atrás venía la inspectora Gabriela que le dijo:
—Si , Comisario Hernández, podemos usar unas armas supermodernas. “Pistolas de agua bendita”— y diciéndole esto le soltó un chorro en la cara.
El exorcista Miguel dijo:
—Buena idea. Yo les proveeré de la munición. Bendeciré mucha agua para que tengamos para todos.
 El comisario Hernández le preguntó:
—¿De donde sacaste estos juguetes?
La inspectora contestó:
—Hay un “tienda china” en el pueblo. Tienen de todo. Y se me ocurrió que esto nos podía servir.

EL comisario felicitó a Gabriela. Al mismo tiempo que sonaba su teléfono móvil. Desde la comisaría le hablaba la oficiala de comunicación:
—Comisario, tenemos varias denuncias de desaparición de personas en estos días. Todas desaparecidas por las noches y en radio cercano a la capital... Unos jóvenes en el recital de ayer, gente acampada en la montaña, un hombre que salió a pasear a su perro y solo volvió el perro.
El comisario Hernández le dijo:
—Volveré a la central en una hora. Prepáreme un informe y si surge cualquier cosa manténgame informado.
Luego dijo a sus compañeros:
—Falta poco para que anochezca. Creó que es mejor centrarnos en la ciudad donde últimamente se han producido varias desapariciones y el cura Silvio no volverá por aquí.
Todos estuvieron de acuerdo en volver.
La noche ya se cernía y aparecía la luna llena en el firmamento iluminando con su claridad las zonas oscura de la carretera. En los bosques en la montaña, unos cazadores buscaban presas con rifle y escopeta. Un jabalí o un corzo les iba bien, pero se encontraron a un lobo que saliendo de la oscuridad se les abalanzó. Unos escopetazos certeros lo hacen volar por el aire al lobo feroz.
 Y en ese mismo instante, sus compañeros zombis aparecen por detrás y sorprenden a los cazadores. El lobo zombi se levanta y vuelve con furia a atacar.
 Los cazadores se volvieron presas.
Lejos, en el centro de la ciudad, su plaza mayor vibra al ritmo del vino y la música. Bares y discotecas apabullados de gente que se divierte. Despedidas de solteros que buscan fiesta, parejas que quieren tomar algo, personas que quieren ligar, y en medio de esto, un absorbido con hambre. Nadie le da importancia porque creen que está en la fiesta. Y hasta unos fiesteros le ofrecen de beber. 
Los pollos le dan la mano, pero este prefiere el cuello para morder. Pero los pollos no son tontos y reacciona su compañero, agarrándole del pelo a su vez.
 Como gallos de pelea, enojados los fiesteros está vez. Al absorbido pisoteado, le crujen los huesos y dientes a la vez.
 Cansados de tanto ajetreó, los pollos lo dejan roto y desparramado a sus pies. Pero este se levanta, todo roto , queriendo guerra otra vez.
 Los pollos se marchan y el absorbido se arrastra buscando a alguien para coger. Tal mal espectáculo hace que la gente no se le acerque a aquel macilento ser.
Alguien llamo a la policía para que se lo vengan a llevar.
En la radio el auto vuelven a llamar al Comisario Hernández y le informan del disturbio de la plaza central. Él contesta:
—Vamos para allá. Mande algún agente para que me asista y no que no se acerquen a ese hombre extraño. Yo me ocupo personalmente. Corto.
La inspectora Gabriela opinó:
—Puede ser que ese extraño provenga de la zona del recital que se hizo anoche, queda a varias manzanas de allí, y si es un absorbido puede ser uno de los jóvenes desaparecidos.
El comisario se mostró de acuerdo y dijo:
—Puede ser, nos debemos dividir. El maestro Lo y padre Miguel que revisen la zona donde se hizo el recital. Nosotros nos encargaremos de la plaza mayor. Me preocupa que la gente no vea si este ser revienta o se queda reducido a huesos. No quiero que la gente se alarme.
El maestro Lo paso a Gabriela un puñado de sus papeles caligrafiados para que esta los guarde.
 El grupo se dividió. El comisario Hernández junto a Gabriela se dirigieron a la Plaza Mayor.
Muchos curiosos rodeaban al cadavérico personaje que se movía con dificultad por sus huesos rotos de la paliza anterior. Y un agente cuidaba de que no se le acercarán.
El comisario Hernández se proveyó de una manta que tenía en el auto y busco sorprenderlo por la espalda. Mientras la inspectora iba hacía el absorbido disparando su pistola de agua bendecida.
 El absorbido trago un trago y gruño. Al instante el comisario se lanzó sobre él y lo cubrió para que no lo vieran.
 Gabriela remato la faena pegando en su frente la caligrafía de santo. El absorbido se zarandeo y en momentos se quedó tieso.
El comisario Hernández lo cargo a hombros y saludo al agente que se cuadró ante él. La inspectora recogió los huesos de un antebrazo que de la manta escapó.
 Continuará...
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