Maldición

Maldición
HORROR

lunes, 17 de diciembre de 2012

056 En la boca de la gruta, los zombis atacaban de todos lados. El Monje Lo todavía no acababa de imponer su papel santo caligrafiado en el zombi derribado. Cuando a sus espalda aparecían los espectros de dos más que algún día fueron de protección civil.

Gabriela llamó su atención para que el monje terminara su rito, y ambos zombis, se prestaban a atacarla. Ella con la rapidez de un rayo ataco primero al zombi masculino corriendo hacia este y ensartándole una certera patada ascendente en el mentón.

El monje Lo se giró y aprovecho para parear hacia la pendiente al joven zombi que se hinchaba.
El joven zombi rodó cuesta abajo hinchándose cada vez más, como una bola que cae por la nieve. Cada vez con más velocidad y con más redondez.
El retén de bomberos que ascendía volvieron a apartarse del camino; y el jefe dijo:
—Por Dios, ¿qué es esto? ¡Están tirando a los gordos desde arriba!


Pero lo que había arriba, era pelea.
Gabriela seguía a su propio zombi para meterle el caño de la pistola de agua bendita e inflarle los cachetes con su surtidor. Y el monje Lo usaba su bastón para hacer una doble patada con la maestría de su kung fu, para detener a la zombi que se aprestaba por atacar a su discípula. La patada la tomó desprevenida y voló contra las rocas.

La inspectora sintió el golpe de la zombi contra su lado y sacando un papel caligrafiado de su bolsillo se giro y se apresuró en estamparle en su frente.

Pero la cosa allí no terminaba, y zombis que en su día fueron cazadores salían por detrás. Uno de ellos aún empuñaba su escopeta y apuntaba hacía Gabriela.
El monje Lo lanzó su bastón contra ellos y con un salto, saco a Gabriela de la línea de tiró. Por suerte el bastón impacto sobre los monstruos recién llegados y el disparo le salió desviado.
Mientras los otros primeros zombis comenzaban su proceso de hinchazón y tras ellos se ocultaban Gabriela y Lo.

El humo que salía del interior de la cueva se iba disipando, y desde adentro salió el comisario Hernández , que con su arma lumínica a con la que enfoco a los dos zombis . Al momento estos se encendieron, como antorchar encendidas, ardían.

El Comisario se adelantó y le dijo a sus compañeros:
—¡Vámonos de aquí! Estos están por reventar.
Y abriéndose paso, el comisario, empujo a uno de los zombis encendidos.
Atrás le seguían sus compañeros.

Bajando la cuesta de la montaña se encontraron de pronto con el retén de bomberos que ascendía, el comisario les habló:
—Hola. Esperen un segundo y pronto tendrán que apagar un fogonazo en la explanada siguiente.
El jefe de Bomberos le dijo:
—Púes lo haremos. Pero permítame preguntar cuál es la causa.
La pregunta era pertinente pero larga de explicar, así que le dijo:
—Se lo explicaré después. Ahora limítese ha hacer sus funciones.

El jefe de bomberos era tozudo y repreguntaba:
—Y dígame, ¿qué es eso de personas gordas rodando cuesta abajo?
El Comisario le respondió:
—No se preocupe. Un nuevo régimen para adelgazar.
El jefe de bombero se quedo de piedra, mientras que arriba se produjo el fogonazo.

Todos continuaron sus caminos.

En la casa del cura, en el pueblo. El cura exorcista, Miguel, hacía esfuerzo por levantarse; aunque aún un poco débil por su afección. Pero con la responsabilidad le movía para ir hacía el monasterio de la montaña a sellar las puertas y retener a la bruja Jiang Shi hasta la llegada de sus amigos.
María del Huerto le ayudaba a vestirse, mientras le decía:
—Yo creó que usted debería quedarse en la cama. Todavía se lo ve débil.
El cura le dice:
—Ayúdeme a vestirme que tengo una obligación.
María le dijo:
—Han encontrado a Don Silvio,¿verdad?
—Sí. Pero todo no le puedo decir.
María insistía mientras le ponía los pantalones.
—Pero a mí me importa. Don Silvio ha sido mi vida por muchos años en que atendí al señor cura. Aquí donde me ve, yo también lo cuide a él en sus enfermedades. Le arregle y limpie sus cosas. Le cocine y atendí la parroquia, ¿y sabe por qué?

—Si. Primero, como buena cristiana; y luego, sintió atracción por él.
—Nooo. Yo lo quería antes de se convirtiera al sacerdocio, era mi amor desde que éramos unos niños.
—Vaya. No sabía que era algo que viene de tan lejos.
—Si. Y aprendí a conformarme a estar a su lado. Y a comer de todo para gozar de algo en la vida.
El exorcista le dijo:
—Tendremos que pedir un taxi para que me lleve al monasterio.
María del Huerto le respondió:
—Lo llevo yo. Tengo coche.
El exorcista dijo:
—Perfecto. Déjeme que recoja mis elementos para la sanación y lucha contra el mal. Y nos marchamos.

Mientras conducía, María le preguntó al cura Miguel:
—Puede decirme como el mal ha afectado a Silvio.
Este responde:
—No puedo darte detalles. Solo te diré que hay una fuerza del mal que se apoderó del cura Silvio. Que yo y otras personas tratamos de detener, pero hasta ahora el mal se muestra muy poderoso. Está ahora en el monasterio y quiero retenerlo allí hasta que nos juntemos todos. Y juntos nos enfrentemos para combatirlo.
María del Huerto le dijo:
—¿Mis oraciones ayudarían?
—Por supuesto, hija. Por supuesto.
Así llegaron a la entrada al monasterio, lugar donde ya había llegado un carro de la policía y un uniformado se acercó a hablarle al cura Miguel:
—Buenas noches Señor, estoy aquí vigilando los accesos para evitar fugas de sospechosos. Nos avisaron de su arribo. ¿Puedo saber que es lo va a ser?
El cura le dijo:
—Observe y míreme.
Miguel y María del Huerto fueron a la primera de las innumerables puertas y con la mano, golpeo la madera y dejo pegado el papel santo. Luego tomo su frasco de agua bendita y la santiguo. María del Huerto rezaba con devoción a su lado.
El policía los miraba pero no entendía.


Continuará...